Sebastián Santos Rojas gubia en el año mil novecientos sesenta y dos de la imagen de Nuestra Señora de la Estrella, imagen de candelero para vestir, efectuada en ciprés, de uno con sesenta y ocho metros de altura, bendecida el 27 de mayo de mil novecientos sesenta y dos por el Rvdmo. Sr, Obispo Vicario, don José María Cirarda Lachiondo.

La imagen,fue realizada por  iniciativa propia, y responde a un modelo de retrato idealizado de la hija del escultor, Pilar, que había ingresado en el Convento de clausura de las Carmelitas.

La talla es bellísima y puede con perfección anotarse como neobarroca. Corrección de dibujo y modelado son las notas predominantes de la estructura del semblante. Refleja a un Virgen joven, no niña, precisamente, mas desde luego, idealizada en su juventud, sosteniendo la cabeza erguida y dirigiendo la afligida mirada al frente. La expresión de su rostro es de un dolor intenso, pero no desfigura los rasgos fisionómicos en un rictus amargo, sino se mantiene el ademán contenido, como si la Virgen llorara suavemente, sin exagerar el propio llanto. Bajo un ceño con fuerza contraído en señal de dolor se hallan unos expresivos ojos de cristal, profundos e inmensos, con las pestañas postizas en los párpados superiores y finamente pinceladas en los inferiores.

El artista de Higuera de la Sierra, cuidaba en especial la predisposición de las pupilas; para esto usaba la técnica de fijación de los óvalos de cristal a base de cera (materia que facilita dicha operación y que a veces dejaba una corrección, incluso una vez encolada y pegada la mascarilla). Lleva cinco lágrimas de cristal, dos en la mejilla derecha y tres en la izquierda, siendo una nota predominante del autor, que una de ellas permanezca en el labio. El perfil es afilado, la nariz es recta y larga sin exageraciones hebraicas, y los labios están levemente entreabiertos, como emitiendo un suspiro o un quejido, mostrando meridianamente la dentadura tallada. Como es habitual en su autor, presenta un impecable trabajo en la policromía, con los pómulos y las cuencas orbitales enrojecidos como consecuencia del lloro. Las manos son finas, alargadas y expresivas. Aparecen extendidas, portando un pañuelo en la derecha y un rosario en la izquierda. Para finalizar, hay que hacer notar que la encarnadura de la Virgen de la Estrella es de tono oscuro, dando un aspecto moreno al rostro. Con esta clase de encarnadura, el artista volvió a evadirse un tanto de la realidad, atroz y desgarradora, del drama de la Dolorosa. La anatomía en su conjunto presenta unos caracteres diferentes de las Dolorosas del periodo medio (1951-mil novecientos sesenta y cinco) de la producción del autor. El óvalo facial redondedado nos recuerda a la Virgen de la Soledad de Palomares (Trebujena, Cádiz). Es una de las últimas dolorosas de esta etapa y sin duda se puede situar entre las más logradas.

Cabe hacer reseña que la esposa del escultor manifestó su deseo, a la vista del resultado conseguido en esta obra, de que fuera a parar a una corporación sevillana, siendo finalmente adquirida por nuestra corporación.

Siendo talla de bastidor, tiene un candelero interno de estructura cónica y base ovalada. La imagen está firmada: en la espalda de la misma con el grabado: “S.Santos” y una cruz.

Como curiosidad, el escultor sevillano Antonio Castillo Lastrucci, acostumbraba a colocar cinco lágrimas a sus Dolorosas, con el objeto de representar una pena honda, un lloro copioso y de esta forma, atraer la atención del espectador cara el drama íntimo que sufre la Madre de Dios. Sebastián Beatos Rojas, que tenía la costumbre de poner 7 lágrimas a sus Dolorosas, en nuestra titular de Nuestra Señora de la Estrella puso cinco, quizá dejándose influir por el estilo del propio Castillo.