Salmo de laudes
Antífona: La misericordia del Señor llena la tierra.
Aclamad, justos, al Señor,
que merece la alabanza de los buenos.
Dad gracias al Señor con la cítara,
tocad en su honor el arpa de diez cuerdas;
cantadle un cántico nuevo,
acompañando los vítores con bordones.
Que la palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra.
La palabra del Señor hizo el cielo;
el aliento de su boca, sus ejércitos;
encierra en un odre las aguas marinas,
mete en un depósito el océano.
Tema al Señor la tierra entera,
tiemblen ante él los habitantes del orbe:
porque él lo dijo, y existió;
él lo mandó y todo fue creado.
El Señor deshace los planes de las naciones,
frustra los proyectos de los pueblos;
pero el plan del Señor subsiste por siempre;
los proyectos de su corazón, de edad en edad.
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad.
El Señor mira desde el cielo,
se fija en todos los hombres.
Desde su morada observa
a todos los habitantes de la tierra:
él modeló cada corazón,
y comprende todas sus acciones.
No vence el rey por su gran ejército,
no escapa el soldado por su mucha fuerza;
nada valen sus caballos para la victoria,
ni por su gran ejército se salvan.
Los ojos del Señor están puestos en quien lo teme,
en los que esperan su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre.
Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo;
con él se alegra nuestro corazón,
en su santo nombre confiamos.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
Lectura
De las Meditaciones de S. Juan Bautista De la Salle.
(MD 178, 3.2.; 200, 1.1; 193, 1.1; 207, 3.2; 3,1.1; 192, 2.2; 64, 3.2)
Las palabras, al ser pasajeras, no impresionan el corazón más que una sola vez y por un momento. Pero el bien que producen los escritos, que permanecen indefinidamente, (…) producen siempre sus frutos y son capaces de convertir a lo largo de los siglos, y hasta el fin del mundo, a numerosas almas, con tal que estén bien dispuestas para escuchar la palabra de Dios que en ellos se expresa. Escuchadla con docilidad, leedla todos los días con aplicación (…).
El mismo celo que tenían los santos apóstoles por anunciar la doctrina de Jesucristo, al aumentar el número de discípulos, les movió a elegir siete diáconos para distribuir a los fieles las limosnas y cuanto necesitaran. Tanto era el temor de aquellos santos apóstoles a encontrar obstáculos que pudieran apartarlos de la predicación de la palabra de Dios.
Y como no se puede estar instruido en los misterios de nuestra santa religión sino se ha tenido la suerte de oírlos, y sólo se ha podido gozar de este beneficio por la predicación de la palabra de Dios –¿pues cómo creerían los hombres, dice el apóstol, en aquel de quien no han oído hablar?, ¿y cómo oirán hablar, si no tienen a nadie que se lo anuncie? –; por ese motivo, Dios, que difunde a través del ministerio de los hombres el olor de su doctrina por todo el mundo, y que ordenó que la luz surgiese de las tinieblas, ha iluminado Él mismo los corazones de aquellos a quienes ha destinado a anunciar su palabra a los niños, para que puedan iluminarlos descubriéndoles la gloria de Dios.
¡Qué alegría ver que recibieron la palabra de Dios en vuestros catecismos, no como palabra de hombres, sino como la palabra de Dios, el cual actúa poderosamente en ellos, como se manifiesta visiblemente por la buena conducta que siguen observando!
San Juan [Bautista], queriendo atribuir a Jesucristo todo el mérito de la conversión de las almas, en lo que él mismo trabajaba incansablemente sin interrupción, dijo que no era más que la voz que grita en el desierto, para dar a entender que la sustancia de la doctrina que enseñaba no era suya; que lo que predicaba era efectivamente la palabra de Dios, y que, en cuanto a él, no era más que la voz que la anunciaba.
Meditad con frecuencia las palabras de la Sagrada Escritura para alentaros a practicar el bien y a conduciros según el espíritu de vuestro estado. Pues la palabra de Dios que se contiene en ella produce este efecto, según san Pablo, porque es viva y eficaz y traspasa más que una espada de dos filos. Entra, incluso, continúa el santo apóstol, y penetra hasta los repliegues más ocultos del alma y del espíritu. Servíos, pues, de ella para este fin, ya que procura tan grandes beneficios.
Tened, pues, siempre abiertos los oídos y atentos a la palabra de Dios, y aprended a hablar poco, y a no hablar sino con sabiduría.
Lectura del Santo Evangelio según San Marcos
Y les dijo: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos».
Palabra del Señor.
Preces
Celebremos la sabiduría y la bondad de Cristo, que ha querido ser amado y servido en los hermanos, especialmente en los que sufren, y supliquémosle insistentemente diciendo:
Haznos perfectos en la caridad, Señor.
– Al recordar esta mañana tu santa resurrección, te pedimos, Señor, que extiendas los beneficios de tu redención a todos los hombres.
– Que todo el día de hoy sepamos dar buen testimonio del nombre cristiano y ofrezcamos nuestra jornada como un culto espiritual agradable al Padre.
– Enséñanos, Señor, a describir tu imagen en todos los hombres y a saberte servir a ti en cada uno de ellos.
– Cristo, vid verdadera de la que nosotros somos sarmientos, haz que permanezcamos en ti y demos fruto abundante, para que con ello reciba gloria Dios Padre.
– Señor, haz que estas hermandades y cofradías que hoy representamos permanezcan atentas en la escucha de tu Palabra y fieles en la práctica de la caridad, para que, dando testimonio de unidad en Ti, podamos servirte dignamente en el camino del Reino. Oremos.
Con la confianza que nos da nuestra fe, acudamos ahora al Padre, diciendo, como nos enseñó Cristo: Padre nuestro…
Plegaria
Que nuestra voz, Señor, nuestro espíritu y toda nuestra vida sean una continua alabanza en tu honor; y, pues toda nuestra existencia es puro don de tu liberalidad, que también cada una de nuestras acciones te esté plenamente dedicada. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.